
Cuando el instinto no alcanza
Donald Trump tuvo que ceder. Apenas una semana después de haber lanzado una nueva ofensiva arancelaria en lo que denominó su tercer “Día de la Liberación”, el presidente de Estados Unidos anunció una tregua parcial de 90 días en su cruzada comercial. Lo hizo no por una estrategia maestra ni por una jugada de ajedrez geopolítico, sino por presión: la caída de la Bolsa, la amenaza sobre la deuda pública y los crecientes temores de recesión empujaron al mandatario a retroceder.
Se resquebrajo la confianza
El giro, aunque celebrado por los mercados, deja al descubierto los límites del enfoque unilateralista y volátil que caracteriza la política exterior y económica de Trump. El presidente había iniciado su nueva ronda de aranceles con la intención de someter a sus socios comerciales, convencido de que su estilo de confrontación traería resultados rápidos. Pero no fue así. El castigo a los bonos del Tesoro —tradicional refugio de los inversores en tiempos de incertidumbre— fue el punto de quiebre. La confianza en la estabilidad económica estadounidense empezó a resquebrajarse, y con ella, el margen de maniobra del propio Trump.
Un paso atrás… ¿para tomar impulso?
La decisión de congelar temporalmente los aranceles a más de 75 países (aunque excluyendo a China) se produjo tras días de turbulencia financiera. En cuestión de horas, la presión de empresarios, inversores y hasta miembros del propio gabinete se hizo insostenible. El propio Trump reconoció que “todo parecía bastante sombrío” y que la histeria de los mercados fue clave en su decisión. La frase más reveladora, sin embargo, fue otra: “Lo escribimos desde el corazón”, dijo sobre su tuit con el anuncio de la tregua.
Lo que parecia una muestra de fortaleza termino como senal de vulnerabilidad
El gesto no solo expuso la fragilidad del entorno económico global ante decisiones impulsivas desde Washington, sino que debilitó la posición negociadora del presidente. Anunciar una suspensión unilateral de medidas sin obtener nada a cambio le quita efecto disuasivo a futuras amenazas. Lo que parecía una muestra de fuerza terminó siendo una señal de vulnerabilidad.
China, el blanco permanente
La tregua no alcanzó a China, sobre la que Trump aumentó los aranceles hasta el 125% —elevando la carga total al 145% si se incluye el impuesto especial por el fentanilo—. Así, el gigante asiático se convierte en el principal foco de la ofensiva comercial estadounidense, en una estrategia que combina objetivos económicos y mensajes políticos hacia el electorado.
China mayor tenedor de deuda estadounidense
Sin embargo, estas medidas pueden volverse en contra. China es uno de los mayores tenedores de deuda estadounidense, y su posible desinversión genera pánico en los mercados. El aumento del rendimiento exigido por los bonos a 30 años (más del 5%) refleja este temor. Una espiral de tasas más altas, inflación e inestabilidad financiera puede ser el costo real de la política arancelaria de Trump.
¿Guerra comercial o política electoral?
A medida que se acercan las elecciones de noviembre, muchos analistas ven en esta dinámica un cálculo electoral. Trump quiere mostrarse firme frente al “comercio injusto”, pero también necesita evitar una recesión que pueda erosionar su base de apoyo. En ese equilibrio precario, la improvisación parece haber reemplazado a cualquier plan de largo plazo.
La incertidumbre continua
Lo que queda en evidencia es que Estados Unidos no puede librar una guerra comercial contra todo el mundo al mismo tiempo. La reciente marcha atrás confirma que incluso el país más poderoso del mundo es vulnerable cuando la confianza de los mercados empieza a tambalear. Y aunque las Bolsas hayan celebrado la tregua, la incertidumbre sigue: nadie sabe si estos 90 días derivarán en acuerdos duraderos o en una nueva escalada. Menos aún, si las decisiones futuras seguirán respondiendo más al instinto de Trump que a una estrategia coherente.