Por Perspectiva Internacional

Se consolida un regimen autoritario
En el corazón de Centroamérica, Nayib Bukele ha consolidado un régimen que muchos ya no dudan en calificar como autoritario. El presidente de El Salvador, quien ha ganado una enorme popularidad nacional a partir de su cruzada contra las pandillas, está ahora exportando su modelo de seguridad como un servicio comercializable. Bajo el paraguas de su guerra contra la Mara Salvatrucha 13 y el Barrio 18, Bukele no solo ha vaciado las cárceles de garantías procesales, sino que ahora también ofrece sus megacárceles como solución a otros gobiernos con agendas similares.
Estados Unidos el socio principal
Uno de los principales interesados en esta oferta es Donald Trump. Durante su gestión, el expresidente estadounidense promovió una retórica antiinmigración que criminaliza sistemáticamente a los migrantes centroamericanos. La idea de externalizar la represión —y los derechos humanos— hacia países que operan sin mayores restricciones legales parece seducir a la derecha más dura en Estados Unidos.
Aprobaron ley de agentes extranjeros
Sin embargo, este modelo tiene un costo altísimo: la democracia. La Asamblea Legislativa, controlada por el oficialismo, aprobó esta semana la llamada Ley de Agentes Extranjeros, que restringe drásticamente la actividad de medios de comunicación y organizaciones no gubernamentales, imponiéndoles un impuesto del 30% y un sistema de permisos que puede utilizarse como herramienta de censura. Con esta ley, Bukele busca silenciar a quienes podrían documentar y denunciar abusos: la mordaza legal está servida.
Bukele igual a los regimenes autoritarios que criticaba
Paradójicamente, en su cruzada contra lo que él llama el «viejo orden», Bukele ha comenzado a parecerse a los regímenes que históricamente ha criticado. Asesorado por opositores venezolanos que conocen bien los mecanismos del chavismo, el gobierno salvadoreño recurre ahora a estrategias que evocan el manual autoritario: persecución a disidentes, cierre del espacio cívico y uso del aparato estatal para reprimir protestas. La reciente detención de Ruth López, abogada de la ONG Cristosal y reconocida defensora de derechos humanos, ilustra con claridad esta deriva.
La reduccion de homicidios como excusa para desmantelar el Estado de Derecho
Lo más preocupante es el aparente respaldo internacional que Bukele ha conseguido. Tanto desde sectores conservadores en Estados Unidos como de ciertos gobiernos latinoamericanos, el modelo salvadoreño se observa con interés, cuando no con admiración. Que se utilice el éxito en la reducción de homicidios como excusa para desmontar el Estado de Derecho es una señal alarmante para toda la región.
El autoritarismo se disfraza de eficiencia y la represion se maquilla como orden
En un continente donde las democracias son jóvenes y frágiles, el experimento de Bukele no puede ser visto como una simple anomalía local. Es una advertencia. Lo que ocurre en El Salvador tiene ecos en otras partes del mundo, donde el autoritarismo se disfraza de eficiencia y la represión se maquilla como orden. La comunidad internacional debe decidir si observa en silencio o actúa para evitar que este modelo se convierta en una nueva normalidad latinoamericana.
El Salvador, la exportación del autoritarismo como modelo de seguridad
Por Perspectiva Internacional
Se consolida un regimen autoritario
En el corazón de Centroamérica, Nayib Bukele ha consolidado un régimen que muchos ya no dudan en calificar como autoritario. El presidente de El Salvador, quien ha ganado una enorme popularidad nacional a partir de su cruzada contra las pandillas, está ahora exportando su modelo de seguridad como un servicio comercializable. Bajo el paraguas de su guerra contra la Mara Salvatrucha 13 y el Barrio 18, Bukele no solo ha vaciado las cárceles de garantías procesales, sino que ahora también ofrece sus megacárceles como solución a otros gobiernos con agendas similares.
Estados Unidos el socio principal
Uno de los principales interesados en esta oferta es Donald Trump. Durante su gestión, el expresidente estadounidense promovió una retórica antiinmigración que criminaliza sistemáticamente a los migrantes centroamericanos. La idea de externalizar la represión —y los derechos humanos— hacia países que operan sin mayores restricciones legales parece seducir a la derecha más dura en Estados Unidos.
Aprobaron ley de agentes extranjeros
Sin embargo, este modelo tiene un costo altísimo: la democracia. La Asamblea Legislativa, controlada por el oficialismo, aprobó esta semana la llamada Ley de Agentes Extranjeros, que restringe drásticamente la actividad de medios de comunicación y organizaciones no gubernamentales, imponiéndoles un impuesto del 30% y un sistema de permisos que puede utilizarse como herramienta de censura. Con esta ley, Bukele busca silenciar a quienes podrían documentar y denunciar abusos: la mordaza legal está servida.
Bukele igual a los regimenes autoritarios que criticaba
Paradójicamente, en su cruzada contra lo que él llama el «viejo orden», Bukele ha comenzado a parecerse a los regímenes que históricamente ha criticado. Asesorado por opositores venezolanos que conocen bien los mecanismos del chavismo, el gobierno salvadoreño recurre ahora a estrategias que evocan el manual autoritario: persecución a disidentes, cierre del espacio cívico y uso del aparato estatal para reprimir protestas. La reciente detención de Ruth López, abogada de la ONG Cristosal y reconocida defensora de derechos humanos, ilustra con claridad esta deriva.
La reduccion de homicidios como excusa para desmantelar el Estado de Derecho
Lo más preocupante es el aparente respaldo internacional que Bukele ha conseguido. Tanto desde sectores conservadores en Estados Unidos como de ciertos gobiernos latinoamericanos, el modelo salvadoreño se observa con interés, cuando no con admiración. Que se utilice el éxito en la reducción de homicidios como excusa para desmontar el Estado de Derecho es una señal alarmante para toda la región.
El autoritarismo se disfraza de eficiencia y la represion se maquilla como orden
En un continente donde las democracias son jóvenes y frágiles, el experimento de Bukele no puede ser visto como una simple anomalía local. Es una advertencia. Lo que ocurre en El Salvador tiene ecos en otras partes del mundo, donde el autoritarismo se disfraza de eficiencia y la represión se maquilla como orden. La comunidad internacional debe decidir si observa en silencio o actúa para evitar que este modelo se convierta en una nueva normalidad latinoamericana.