Este domingo, 7 de abril, marca el inicio de los actos conmemorativos del trágico aniversario del genocidio de 1994 contra la población tutsi de Ruanda. Una masacre que dejó una cicatriz indeleble en la historia de la humanidad, con un saldo devastador de 800.000 vidas perdidas, entre ellas hutus y aquellos que se opusieron valientemente al extremismo gubernamental que orquestó este horror.
La confirmación de la muerte de varios de los sospechosos del genocidio, así como la suspensión indefinida del juicio de otro acusado debido a una enfermedad relacionada con la edad, son golpes dolorosos para aquellos que buscan la verdad y la justicia. Es esencial mantener el impulso para llevar a los responsables ante los estrados judiciales, no solo como un acto de honor hacia las víctimas, sino también como una salvaguardia contra la impunidad que amenaza la estabilidad futura.
La detención en mayo de 2023 de Fulgence Kayishema, tras décadas de estar oculto, debería haber sido un paso significativo. Sin embargo, su detención se ve empañada por su retención actual en Sudáfrica por cargos de inmigración, en lugar de ser llevado ante los tribunales que lo juzgarían por crímenes de lesa humanidad.
Igualmente preocupante es el caso de Félicien Kabuga, el presunto financiador principal del genocidio, cuyo juicio fue suspendido debido a una enfermedad relacionada con su avanzada edad. Esta decisión no solo frustra las esperanzas de las víctimas y sus familias, sino que también socava la confianza en la capacidad de los sistemas judiciales internacionales.
Ante estos desafíos, es esencial que los Estados renueven su compromiso con la búsqueda incansable de la justicia. Esto incluye la utilización de todos los medios disponibles, como la aplicación de la jurisdicción universal cuando sea necesario, para garantizar que aquellos que perpetraron tales atrocidades sean juzgados conforme a derecho, sin importar cuánto tiempo haya pasado desde sus crímenes.
En este 30 aniversario del genocidio en Ruanda, no solo debemos recordar el horror del pasado, sino que debemos renovar nuestro compromiso por la verdad y nuestra responsabilidad compartida de garantizar que se haga justicia. Solo entonces podremos honrar verdaderamente la memoria de las víctimas y avanzar hacia un futuro donde la impunidad y la intolerancia no tengan cabida en nuestra sociedad global.